Hoy he soñado con ella. Aparece pocas veces, pero cuando lo hace, consigue distraerme el humor el resto del día. Creo que es su cara la que le pongo a mi conciencia.
Mi conciencia concienzuda suele llamarme justo después de ver su carita azul en el Messenger. Maldito invento que no nos permite olvidar que alguien existe.
Y obsesión casual. De pronto necesito saber si sigue ahí, pegado a su pantalla como antaño, cuando nos la bebíamos juntos, o si alguien la ha cambiado por un parque y unas manos.
Está, y yo siento un pequeño triunfo. Sé que me está viendo, que le está echando el mismo pulso al orgullo o al embarazo. Los dos esperamos, haciendo caso omiso al resto de las barritas naranjas, pero nadie lanza la primera piedra.
Media hora después, cuando la urgencia es ya disimulable, miento con un “eh, qué tal, no te había visto”. Y nadie se lo cree, pero son protocolos del escondite.
¿Y si es cierto que él no me había visto? ¿Y si su pantalla tiene ahora otro/a protagonista?
Es la vanidad la que duele. Saber que ya no soy el centro de su universo.
O la dificultad de abandonar las rutinas. Volver al planeta de los muñequitos azules y descubrir que también tiene encanto sin él. Acostumbrar a mis dedos a no saltar a las teclas en cuanto su nombre aparece en la lista.
Nikos apaga la pantalla y me recuerda por qué nunca podrá ser sustituta de unos labios y unos oídos. Me río de mi vanidad y me abandono al presente y a los mundos reales.
Pero hoy he soñado con ella. Con mi madre.
Tuesday, May 30, 2006
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