Saturday, September 22, 2007

Ojos cerrados


Abres la puerta de la habitación del hotel relamiendo las próximas horas. Te quitas cuidadosamente los zapatos, apruebas tu imagen en el espejo y esperas, sin impaciencia, a que los golpes en la puerta confirmen sus ojos al verte salir del restaurante.

Han pasado ya los dos meses de necesario protocolo. Las horas de gimnasio, la crema exfoliante, el maquillaje caro, el vestido de saldar cuentas pendientes que te has puesto esta noche. Los roces en la oficina, la pregunta casual “vas a la fiesta de Navidad”, su acento tan endiabladamente fingido y los dos segundos en los que mantiene tu mirada por las mañanas. Sabes que eres sólo una víctima más en su lista de trofeos laborales, que cuando te use –y re-use- esta noche todo acabará. Sin ni siquiera posibilidad de sexo sobre la fotocopiadora.

Y que, aun así, habrá merecido la pena vivir.

Golpes en la puerta. Su cuerpo atlético, enfundado de negro, avanza con una sonrisa de depredador que ya es medio orgasmo. Te desnuda en silencio, con la delicadeza dental de un experto, consiguiendo que el deseo te pique en cada milímetro de piel…




Abres los ojos.

Despiertas a la realidad.

Fin de cuento pegajoso.

El que está derramándose encima de ti es tu marido.

Sunday, September 09, 2007

Guapa por un día

“Hija, que no se te olvide: los hombres son tontos.”



Me lo dijo con lástima y un pellizco de coquetería, al ver la sonrisa de bobo de mi padre –y de algunos otros cro-magnones que andaban por aquella iglesia-. Llegábamos calculadamente tarde a un bautizo, y ella, a dos meses de la muerte, estaba espléndida. Había desempolvado el maquillaje y los tacones, y se había calzado un mini-vestido que la convertía en diosa por un día.


Su guiño de complicidad me ha estado acompañando toda la semana.

¿Por qué os cuento esto?

Un colega de mi trabajo (una loca, que diríamos en mi pueblo) se pasa los días insistiéndome en que si me esforzase un poco con mi apariencia sería la fémina más espectacular de la oficina. Algo que, para él, debe de ser un sueño. Yo me encojo de hombros y digo que sólo me siento guapa los días en los que hago reír a la gente, y que eso de torturarme con pinturas en la cara y zapatos de tacón no va conmigo. Pero el hombre me convirtió en su reto personal y me regaló un bono para uno de esos salones que te convierten en Kate Moss por un día. Me enfurruñé algo ofendida al principio, pero finalmente accedí, pensando que sería divertido.


¡JA! El infierno del capitalismo. El sitio estaba plagado de parejitas de amigas cincuentonas que iban a pasar el día y a jugar a las modelos. Hordas de peluqueros y maquilladores gays se paseaban con sonrisa falsa y te ofrecían champán...a las 8 de la mañana!!! Empecé a sentir que me ahogaba, pero hice mis respiraciones y me calmé. El ejército que me atendía personalmente flipaba cuando les decía que nunca me había teñido el pelo y que no sé la diferencia entre kohl o concealer. La chica de la manicura casi se desmaya cuando vio mis uñas. Después de 6 horas interminables, me pusieron delante de un fotógrafo que, al fin, consiguió que me sintiera cómoda. Admito que son probablemente las mejores fotos de mi vida (coming soon…), pero… MENUDA TORTURA!!!! Al menos la evidencia servirá para demostrarles a mis hijas que Kate Moss es fruto de pinturas y flashes profesionales.


Lo más divertido del día fue comprobar en mi carne las palabras de mi amá. Tras años de pasar felizmente desapercibida con mis pantalones anchos, mis zapatos planos, mis gafas de ratita de biblioteca y mi cara lavada, me convertí de repente en la mujer más deseada del vagón del metro;) Fue ahí mismito cuando mi madre se plantó a mi lado, más tangible que nunca, y las dos empezamos a reírnos a carcajadas.

Nikos, por supuesto, se encargó de ponerle la guinda al pastel. Me acerqué a él con mi mejor sonrisa en Victoria, donde habíamos quedado, y tras dos segundos de mirada golosa, abrió la boca con absoluta incredulidad y cara de “Dios existe, esa desconocida-cañón es realmente mi novia!”. Por supuesto, le solté un paraguazo por haberme mirado así sin haberme reconocido. A partir de entonces, se empeñó en pasearme por Londres, exhibiéndome como a una vaca, que diría Piquero, orgulloso hasta los huesos. Y yo tuve que aguantar hasta la noche la asfixia de las 27 capas de maquillaje sobre mi piel. Más vale que tenía a mi mami partiéndose de risa a mi vera, con su mini-vestido ochentero y sus uñas a juego con las mías.


Pues eso. Guapas por un día. Que dolor.