Thursday, November 13, 2008

buena actriz sin memoria de pez

Hace unos años me llamaron de un hospital de Toulouse. Un chico con el que había entablado cuatro conversaciones y unas cuantas pintas en mi año Erasmus había preguntado por mí. Llevaba vendas en las muñecas y yo justito recordaba su apellido, aunque había contestado puntualmente a sus mails semanales.

Me fui para allá, y le encontré solo en una habitación. Una psicóloga con falda de flores me pidió que me quedase unos días.

Lo hice, y no entendí nada.

Pero soy buena actriz.

Y aquel chico se recuperó y pensó que para mí su amistad era tan importante como para él la mía.

Hace dos meses un amigo que fue amante, pero sobre todo hermano mayor me recordaba episodios de los que no queda ni un resquicio en mi memoria. Los revivivía con sonrisas, lágrimas y guiños que me invitaba a recoger.

Lo hice y no entendí nada.

Pero soy buena actriz.

Y mi amigo se volvió sintiendo que todos aquellos episodios tenían sentido, porque eran de ambos.

Ayer mi padre me recordó unos gritos que le habían destrozado en mi última visita a Iruña. Lo describía con una tristeza que me obligaba a disculparme con todo el dramatismo posible.

Lo hice, y no entendí nada.

Pero soy buena actriz.

Y mi padre cree que me arrepiento sinceramente de aquella bronca de la que no recuerdo ni un detalle.


Problema de memoria no es, todos los exámenes indican que de eso ando sobrada.

Pero joder, qué mal se siente una cuando esperan de ella que sea un espejo.



O a lo mejor va a ser verdad cuando dicen que voy a mi puta bola y que me estoy perdiendo media vida...

Saturday, November 01, 2008

Injustiça

Acabo de estar en uno de los rincones más mágicos del planeta. El enclave del Museo de Arte Contemporáneo de Rio de Janeiro, diseñado por el genio Niemeyer. Ni siquiera las nubes que empapaban hoy al Corcovado pueden arruinar el atracón de belleza del lugar.









Pero en el camino entre mi habitación de hotel y la magia he podido ver también un cachito del verdadero Brasil. El Brasil que no tiene nada que ver con los bares trendy de Barra da Tijuca, ni con el restaurante del Sofitel Copacabana, ni con las oficinas lujosas de mis socios en Sao Paulo.

Casas a medio hacer –o deshacer- en infitinas favelas de ladrillo rojo y placas de metal, hierros y tuberías de Petrobras en todos los rincones del puerto, perros esqueléticos comiendo en motañas de basura. Y una o dos mansiones en medio de la mierda, como un insulto absurdo e irreal, propiedad del cacique de la favela.

He visto a un chico montando a un caballo raquítico huyendo del día. A una puta con los ojos vacíos, siguiendo a un chulo que tenía más tetas que ella. A unas niñas que no podían tener más de 11 años bailando junto a mi ventana una danza sexual con una agilidad de caderas que desafiaba al reloj y al calendario. A sus calendarios.

Al infierno las palabras. Lo que he visto no se puede explicar, ni me da la gana de adornar con arreglos y formas baratas. Lo que he visto es una puta injusticia. Siempre oyes, cuando alguien vuelve de uno de esos viajes_que_te_cambian_la_vida, esa historia de que “a pesar de ser tan pobres son tan felices, fíjate, nos quejamos de vicio, chica”. Una mierda. La puta de los ojos vacíos sudaba desilusión y rendición, caminaba con la tristeza calada en los huesos. Las niñas tenían ya en las piernas el cansancio de quien ha andado demasiado. Mi propio chófer me miraba agotado, sin comprender qué Dios decide quién ocupa el asiento del conductor y quién el del pasajero con cartera llena. Los niños que jugaban con latas entre la basura –es cierto, yo lo he visto, Ronaldo no se lo ha inventado- tenían cara de hambre y miraban el coche con resentimiento. Intentando reirse de un mundo de comodidades que en realidad les duele.

Que se caiga la bolsa, que se hunda la economía mundial. Que nos pongamos todos a rascarnos la cabeza para ver cómo podemos repartir los recursos más equitativamente. Que cierren por defunción al capitalismo, por favor. Que se extienda la meditación trascendental y que no nos inventen necesidades que no existen.


Y que los gringos, como dicen aquí, no la caguen eligiendo a McCain.

¿Cómo coño arreglamos el mundo?

Wednesday, September 24, 2008

Viejo


Tal vez lleve algún tiempo preparándome para tu muerte.

Tal vez, porque ése era el sentimiento más desgarrador que me imaginaba sintiendo a tu lado.

Sin embargo, nunca me había preparado para ver tu silueta sentada en el sofá, repitiendo los mismos crucigramas, murmurando por lo bajo las mismas quejas, esposado por las mismas manías. Jamás concebí presenciar a mi héroe, tan lúcido, tan brusco, tan violento, tan inteligente, tan seductor… convertido en anciano, recluido en sus límites de visión, rendido al autosabotaje de su felicidad.

El cerebro se ha secado y ya no absorbe palabras, ni hechos, ni experiencias.
Ya no eres, a veces, más que un reloj.

La vida es una hilera de absurdos pasatiempos que te ayudan a sobrellevar los días solo, entretenido con actividades cada vez más sencillas, cada vez más precisas, cada vez más iguales. No existe en tus ojos más ilusión que la de los recuerdos. Y ni siquiera éstos son ciertos, los malos se han disipado y sólo quedan aquellos de los que ríes, de cuando tenías 3 años. Como cuando te comiste las cortinas de tu madre y te dio con el palo de la escoba o tu abuelo te llevaba por Madrid contándote historias de la guerra de Cuba.

Me devora la frustración.

Quiero verte feliz, quiero que vivas cada momento sabiéndote amado. Sabiéndote admirado. Con tus defectos, tus manías y tus lentitudes.
Pero te empeñas en no ver más allá de tu rutina.

De tu rutina palpable.

Tus inexplicables, impredecibles, insultantes mecanismos de defensa contra el dolor me han convertido en alguien ajeno. Sólo soy una extranjera del pasado que te echa sal en las heridas cada vez que aparece y te recuerda que tu vida podría ser mucho mejor:
PODRÍA SER A MI LADO.


Pero a ti no te valen más presencias que las de los cinco sentidos.

Y yo me muero de pena. Me muero de asco. No estaba preparada para esto.

Sólo tengo un boli negro para pintar y tú eres una pizarra de agua.

Intentemos volver


Vista desde mi hotel en Copacabana, Rio de Janeiro


No hay excusas. Digamos que me he tomado una temporada en la que lo único que me he dedicado a hacer es “absorber”. Temporada compresa. Bueno, y trabajar como una gilipollas, pero entre vuelo y vuelo me he zampado unos cuantos libros de los que me quería leer antes de morir.

Durante mi ausencia he viajado por Sudamérica de nuevo, por Europa y he pasado un tiempo también en Estambul, que sigue siendo, para mí, el lugar más encantador del mundo. Todo por trabajo, por desgracia, pero aunque el cuadro fuese agotador y capitalista y agresivo y testosterónico... el marco era hermoso.


Vista desde mi hotel en Buenos Aires


Vista desde mi hotel en Estambul


También he estado reseca, sin ideas, sin ganas, sin sed, sin nada. No me apetecía escribir, ni bailar, ni pintar. Estrés y cansancio.

Ahora que tenemos la mudanza ya en la retina (por fin nos vamos a Grecia en un par de meses), se me vuelven a despertar los dedos de los pies y de las manos.

Así que espero volver pronto por este rincón, lo he echado de menos.

Mientras tanto, besos a todos.

Tuesday, July 15, 2008

Los dioses han muerto. Viva mi hombre.



He estado ausente, sí. De vacaciones por la costa azul y los alpes. Llevo de vuelta en Londres semana y media. Con viajes relámpago a Donosti (más detalles abajo) y Madrid (trabajo.. y qué calor!!).

Hay mil aventuras que contar, pero hoy he venido a hablar de dioses enterrados, de las sorpresas agradables que te da la vida y de la pomada de elegancia para curar heridas. Vengo a arrodillarme, de hecho, ante mi nueva condición de adulta.

Con la resaca aún de las vacaciones, me llegó uno de esos SMS que guardamos en la tarjeta SIM durante años y años: “tengo dos entradas para Tom Waits en Donosti este finde y una lleva tu nombre”.
Pedazo de terapia post-vacacional, diréis, si no fuera porque el que enviaba el mensaje y yo tenemos una historia bastante desgarradora en la nevera. Sólo en los últimos meses hemos trazado el esbozo de lo que podría ser una amistad, pero las heridas están ahí, flotando cuando nos miramos a los ojos en cualquier café. Mi hombre, que sabe que los ladridos de Tom me derriten , estaba como un niño con zapatos nuevos. A pesar de conocer la historia. A pesar de que esa historia estuviese a punto de borrarme de su mapa, de hecho. Se alegraba por mí con una sinceridad sin dimensiones. Aún hoy me sigue pareciendo increíble tanta… ¿pureza? ¿incondicionalidad? Y suerte, coño, no sé cómo me las he apañado para cruzarme con alguien así y que me lleve soportando 7 años.

En fin. Sigamos.

Con los mocos de la emoción, culpa y felicidad todavía en la camiseta, me llegó otro SMS que terminó por machacarme los poquitos esquemas que me quedaban: “por si dudabas, la otra entrada tiene nombre griego. os debía un regalo de no-boda”. Aceptamos el regalo, obviamente (a cambio de otro del que hablaré otro día).

Así que para allá nos fuimos, repasando las canciones en el avión, intentando adivinar cuál sería el repertorio e intentando contener mi histeria. Ya he dicho alguna vez que yo nací para groupie.

Dos semanas antes, habíamos estado en Victoria Park, viendo cómo Thom Yorke derrochaba genialidad por cada uno de sus poros. Un ex-jefe me había dado entradas VIP, así que tuve el privilegio de ver esos poros de bien cerquita.

He vivido siempre adorando a una serie de dioses en mi olimpo personal, dioses irreales, inhumanos. Tom Waits, Thom Yorke, Nick Drake, Fellini, Billy Wilder, Magritte, por poner unos pocos. Individuos capaces de ver el mundo, la existencia, el alma de maneras imposibles para el resto de los mortales. Así que me pasaba los días adolescentes y universitarios con ensoñaciones sobre sus neuronas, sus ojos, sus manos, su forma de interactuar con objetos y personas, enalteciendo la condición de artista y convencida de que me aburriría vivir con alguien que no lo fuese. No sólo eso: convencida de que sólo ellos vivían vidas fascinantes, el resto estamos condenados a existencias grises, rutinarias, con unos pocos salpicones interesantes. Y de repente tengo a dos de mis dioses delante de mí, bien cerquita, y de regalo: Tom y Thom.

[Inciso: a Thom ya lo había visto antes, pero por aquella época todavía necesitaba dioses y su actuación sólo sirvió para que viviese obsesionada por Radiohead durante meses. Creo que batí el récord de veces seguidas que se puede escuchar “Idioteque”. ]

Ni Tom ni Thom me pusieron la carne de gallina. El que me la puso fue un tipo griego con los ojos azules brillantes de felicidad, que aplaudía mis saltitos, mis sonrisas y mi histeria cuando llegaban las canciones que tanto había esperado, que me grababa en vídeo y tatareaba las letras a su modo, con calma griega. Disfrutando el concierto a través de mis ojos. Compartiendo conmigo la muerte de mis dioses, sin saberlo.

Volvía en el avión con la certeza de estar viviendo la vida más fascinante de la historia.

Lo dicho. Mis dioses han muerto, viva mi hombre.

Saturday, June 07, 2008

Diosa en trono de plástico


Se acarician la cara simultáneamente, con una curiosidad que ni siquiera deja paso a la extrañeza. Y entonces sonríen, se miran con una solemnidad en los ojos que sólo es posible en la infancia y se echan a correr en pos de sus madres para contar su aventura. Medio entiendo a Konstantinos, balbuceando preguntas a Athiná en el griego a medio cocinar de sus tres años. Capto también alguna palabra en francés de su último descubrimiento en el mundo: Moussa, un descendiente de senegaleses de cuatro años que espera al autobús con su madre, en el otro extremo de la parada en la que estamos. Mi cuñada intenta explicarle a su hijo que el otro niño tiene la cara más oscura porque en su tierra hace mucho mucho sol. Konstantinos vuelve la cabeza, ojoplático, recorre la distancia que los separa en dos segundos y se lanza de nuevo a un ataque de miradas y caricias. Intercambio palabras con Awa, la madre de Moussa, conteniendo mis deseos de seguir los pasos de mi sobri y lanzarme también a un ataque de caricias.

Subimos los cinco al autobús, como grupo ya, sin ningún esfuerzo inútil por separar a los inseparables. Nos sentamos y Awa se convierte en el centro de las miradas de los jubilados griegos, desacostumbrados a la explosión de colores de sus vestidos y la espectacular belleza de su rostro y de su piel. Una niña se vuelve sobre el pecho de su madre, asustada, y al minuto se pone a llorar con ñoñería.
Awa sonríe con dignidad y vigila a su hijo, silenciosa, pretendiendo ignorar la atención que recibe. Es la efigie de una diosa onmisapiente. Hay algo de miedo y dolor en el emblor de su pecho, pero su mirada tiene la determinación feroz de una madre protectora. Seré para siempre su súbdita.

Bajamos del autobús y planto en el moflete de Konstantinos uno de los besos más largos que he dado nunca. Por lo bonito que ve el mundo.

Que no se le ensucien los ojos nunca.

Y que haya en el mundo más almas como la suya.

TERAPIA SOBRE RUEDAS



“Todo lo que ves en torno a ti, todo lo que creés que tenés, TODO …¡es de prestado!. Nos angustiamos con pavadas y ya está. Debés tener una pierna en cada barrio para apreciarlo, por eso, es triste. Si no, seguimos todos con el piloto automático“

La frase es de un taxista porteño y exterminó en un segundo el ataque de ansiedad que me galopaba ya en el esternón, hace una semana.

Como siempre, Buenos Aires me recibió con el ejército de filósofos sobre ruedas al que ya soy oficialmente adicta. Creo en la terapia de taxista. Ni corrientes cognitivas, ni Cypralex ni psiquiatras de £250 la hora. Cad vez que me noto que la presión de las negociaciones me desboca las hormonas, las neuronas y las lágrimas, cojo un taxi a donde sea. Desconecto la blackberry y suelto cuatro frases para que sepan que soy española. Esa condición en general les desata la lengua, y me hablan de historia, de política, de su luna de miel, de los problemas del campo o de sus hijos. O de la Argentina, con el dolor insano de amantes enamorados de una tierra caprichosa. Me río con ellos, o me angustio, respiro, y vuelvo al planeta tierra y a las cosas importantes, a menudo después de un cahete oral por preocuparme por pavadas.

Mi última terapia fue de camino al aeropuerto, con Héctor.

“Vivís en Londres? Qué bonito.”
“¿De verdad piensa usted que es bonito? Es gris y la gente es fría…”
“Nooooo, hombre, no. ¿Quién dice que el color gris es feo? Eso nos lo han metido en la pelota. La gente es educada, comedida, pero no fría. Es sólo que domestican mejor la pasión de debajo de la piel. No hay que decir que un sitio es mejor que otro, no, hay que tener una mente abierta, ver siempre la magia de las pequeñas cosas, los detalles”
“Ojalá todo el mundo pensara así. No habría guerras”
“Ja, ja. Qué bueno. Sí, la gente tiene que viajar, conocer, comer, absorber”
“Deberían obligar a todo el mundo a vivir al menos un año en cada continente, con otras familias y otros problemas, no cree? Así nos entenderíamos mucho mejor “
“Qué idea tan linda, de verdad que sí, que idea tan linda. Es usted muy agradable. La deseo muy buen viaje y una vida muy feliz.”

El viaje de bueno tuvo poco. Como siempre, fue largo, insomne y nervioso. Desventajas de haberle cogido miedo a los aviones.
A la vuelta, ya en la ciudad gris y domesticada, me esperaba otro taxista, inglés. Paul, según la hoja de identificación del asiento. Somnolienta, y sin recordar el cambio de coordenadas, intenté iniciar una conversación, necesitada de palabras que aliviaran mi cansancio. Paul me miraba de reojo y me regalaba algún monosílabo, notablemente incómodo. Welcome to London.
Al cansancio se le sumó enseguida la desesperación, la angustia por estar de vuelta en la tierra de los horrores. A puntito ya de rendirme al mal humor y ofuscarme en el silencio, me acordé de las palabras de Héctor y los ojos se me convirtieron en caleidoscopio. Al fondo estaba Paul, unas horas más tarde, acariciando a sus hijos, viendo la final de la Champions con sus amigotes y mirando goloso el escote de su mujer mientras le sirve la cena.

Domesticados, esto ingleses, (por lo menos antes de las primeras cinco pintas de cerveza), pero animales, al fin y al cabo.

Como todos.
Un brindis por los animales, los taxistas y los calidoscopios. Ea.

Saturday, April 19, 2008

Aceptación (I)

Recojo el guante.

Anonymous ha abierto un debate que hace dos años me traía majareta:

ACEPTACIÓN VS. RENDICIÓN Y CONFORMISMO

Creo que me reservo mis reflexiones para otro día, más que nada porque hoy todo me olería a hipocresía. Sí, por mucho que en mi post anterior propusiera librarme de mi tiranía infantil, aquí estoy, de vuelta en Buenos Aires por trabajo, dando cuenta de un flambeado de frambuesas y dulce de leche con salsa de coco sobre crocante de nueces, en el hotel más pijo de todo el territorio porteño.

Así que dejaré simplemente que hable el maestro:



LÁZARO OTRO

A Judith Gallimó

Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelta la cara en un sudario.
Jn, 11, 44

He perdido la voz.
Me he perdido a mí mismo.
Ausente sin saberlo,
he vuelto para ver que reconozco a todos
excepto a uno: a mí,
ese que balbucea -es tan extraño-
soy yo, pero no soy
quien esperaba ser. Le odio.

¿A dónde fui sin ir? ¿Me he quedado dormido? Juraría
que oí saludos, besos, una fiesta.
¿Dónde puse mi copa? Sólo me fui un momento.
Ese fin de semana deslumbrante que todos esperamos
cada maldito día laborable
y yo me lo he perdido. ¿O me he perdido en él?
Hubo una madrugada. Se podía morir por un secreto,
jadeando de pura felicidad, hablando horas y horas.

¿He de escribir yo sólo todas estas palabras? Las tareas
se me han acumulado, minuciosas y absurdas,
y ahora soy un secreto gritado al mundo.
Esta es mi casa y estos son mis poemas.
Toca con los nudillos en mi pecho, toc toc, estoy vacío
y ya no sé.

Como uno más habré de confundirme entre la gente
que ya no es joven y gasta dinero.
Sólo me moriré de calendario, ¿qué más da?
Pensándolo despacio, cierto es que me parezco al que ya soy
y su cháchara tonta es mejor que el silencio.

Y él nunca morirá de buen amor
ni maldita la falta que le hace.

José Luis Piquero

Thursday, March 27, 2008

Careful what you wish for.

Somos peleles bailando al compás de las pompas militares orquestadas por nuestros sueños infantiles.




Tengo el cerebro hecho agua. Llevo dos noches sin apenas dormir y he cogido demasiados aviones en las últimas 72 horas.
Londres, Estambul, Kiev, de vuelta a Londres.

Hoy he amanecido a las 5 de la mañana en Kiev. Ahora estoy en la oficina en Londres y me cuesta trabajo hasta recordar mi nombre. Pero tengo que aguantar, a base del mate que me traje de Buenos Aires, porque tengo una conferencia telefónica a las 7 de la tarde (las 9 en mi cuerpecito). Y luego vete a casa, dúchate, y dedícale un mínimo de tiempo y caricias al novio al que llevas sin ver casi una semana: Londres, Estambul, Kiev, de vuelta a Londres.

Careful what you wish for. ¿Por qué? Porque es ridículo cómo a veces nos pasamos la vida persiguiendo sueños que ni siquiera cuestionamos, pero que están ahí, bien grabaditos en nuestras neuronas, dictándonos cada movimiento, cada sentimiento de éxito o de fracaso. Sacando látigos de entre los espejos en los que nos miramos e hiriéndonos las mejillas con el cuero de los esquemas.

Me di cuenta ayer por la tarde, cuando llegué agotaíta a mi hotel de Kiev. ¿Qué coño estaba haciendo ahí? Sí, el botones muy simpático, la reunión había ido bien y probablemente mi empresa se embolse 5 millones más a final de año. La ducha de hidromasaje también estupendísima y algo había podido ver de la ciudad (siempre es un bonus hacer turismo de gratis) gracias al chófer que me había puesto la empresa, que era un cielo.

Estambul, el día anterior, también muy bonita, y hasta hacía calor, fíjate qué regalo para mi piel.

Qué estupendo todo. Ya. Pero ¿qué coño estaba haciendo ahí, si lo que en realidad me pedía el cuerpo era estar en casita con mi gente y vivir de algo que me haga sentir bien?

Y ahí estaba, delante de mí, la niña Ma moviendo los hilos de la marioneta Ma adulta, con un deje de tiranía y diversión en los mofletes.

De pequeña yo soñaba con ser una ejecutiva agresiva de ésas que se recorren el mundo, hablan idiomas y tienen muchos amantes.

Salvo lo último (monógama, es lo que hay), el resto no anda tan lejos de la realidad. Mi tarjeta dice “ejecutiva”, cualquiera de mis compañeros estará de acuerdo en lo de “agresiva” (me llaman ruth.. diminutivo de ruthless), viajo bastante (demasiado, diría yo, en estos tiempos en los que los aviones innecesarios deberían estar prohibidos) y no ando mal de idiomas.

Así que ahora que ya he cumplido con las órdenes de mis sueños infantiles y que soy ejecutiva, y agresiva, y gano más de lo que podría gastar en el poco tiempo libre que me queda, y viajo por el mundo y tengo un novio extranjero (alternativa aceptable a amantes múltiples), a ver si me desembarazo de una jodida vez de semejantes mandamientos y me dedico a ser feliz.

Levantemos nuestras bombillas (o materas) y brindemos por la muerte del látigo de los sueños infantiles.

Quémemoslos.

Friday, March 21, 2008

charlatanes


Αlgo más fofo que en sus tiempos de heroinómano, Tim Burgess sigue poniéndome los pelos, los tímpanos y, para qué negarlo, todas y cada una de mis hormas de punta.

Yo nací para groupie.

Monday, March 10, 2008

Nothing to declare




- Ojalá pasemos a España.
- Sí, claro que sí, ojalá. Seguro que te va a gustar.
- Pero mi preferida siempre será Buenos Aires.
- Sí?
- Sí.
- Muy bien. Nunca te olvides de dónde vienes.

- Tu padrastro se emborracha?
- No, yo es que no tengo padrastro. Sólo tengo papá y es una persona que no bebe nada nada de alcohol, así que no se emborracha nunca.
- Nunca? Ni siquiera con vino?
- No, nunca. A él le gustan el agua y los zumos
- Ah. Entonces si no se emborracha no te da nunca?
- No, mi papá sólo me da abrazos y besos. Las personas que dan cuando se emborrachan son personas muy tristes. Tienen agujeros dentro del corazón y cuanto más beben, más grandes se hacen.
- Y mi padrastro lo sabe? Lo de los agujeros?
- Lo más seguro es que no, Cristian.
- Y mi mamá?
- No lo sé.
- Pues se lo voy a contar a mi padrastro y así dejará de emborracharse.
- No sé si sería bueno. A los mayores no les gusta cuando los niños les enseñan cosas.
- Pero tú sí me dejas que te enseñe cosas. Antes te he enseñado cómo poner la música en el asiento.
- Es verdad. Depende de las cosas que les enseñes. Si les dices algo porque quieres que cambien su forma de ser, entonces a veces se enfadan. Otras veces no. Pero si tiene ya muchos agujeros, lo más seguro es que sí.

Tres horas más tarde aterrizamos en Madrid. Cristian se volvió corriendo hacia los suyos: la madre de mi edad con cara de estar de vuelta de todo, el padrastro, la hermana, el señor de 67 años de Albacete que les iba a acoger y previsiblemente ayudar a encontrar un trabajo y empezar una nueva vida – “en Argentina la cosa está muy jodida, mi chica, muy jodida”-.
Les vi coger las maletas con la mirada llena de terror y de alivio.

Y sí. El –presunto- padrastro borracho y de mano larga estaba allí, a mi alcance. Y al alcance de un policía que lo podría haber mandado de vuelta a Buenos Aires. ¿Pero qué hacer? La palabra de un niño de ojos enormes contra la suya. ¿Y si el niño mentía? ¿Y si no… qué iba a hacer yo? Así que bajé la cabeza, como después de un telediario cualquiera, y seguí con lo mío (mandar mensajes, escribir e-mails, aprovechar hasta el último segundo de la espera en la cinta de las maletas, no vaya a ser que se pare la rueda del capitalismo). Hasta que oí mi nombre. Era Cristian, lanzándome un beso que no le cabía en las manos, extendiendo sus brazos raquíticos hacia mí. Bajo el cartelito de “nada que declarar” le esperaba su padrastro.

Y yo me fui por donde vine. Cogí un taxi y cerré los ojos rindiéndome al sueño. Sin pizca de responsabilidad. Como si en vez de 12 horas sentada al lado de un nuevo inmigrante ilegal de 10 años con moratones en la espalda hubiese estado al lado de una niña pija cualquiera.





Sunday, February 03, 2008

de gratis

Me salgo un poco de mi tono dramático-depresivo habitual para compartir un pequeño descubrimiento: http://www.joox.net/ .

Para mí, sinceramente, es todo un festín. Es una web en la línea de la desaparecida tv-links, sólo que en vez de poner sólo cine comercial y series rollo "Friends" o "Perdidos" -que también están, claro-, se han dedicado a hacer mis sueños realidad.

Desde "La cravate" de Jodorowsky hasta el "Revolt of the Zombies" de los hermanos Halperin!!! Acabo de ver el primer corto de Burton ("Vincent") y hay un par de cositas de artes marciales que me están esperando para después de comer.

La calidad es sorprendente (mi conexión es de 2Mbps y gracias y aun así no he tenido ni un sólo problema) y no hay pop-ups estúpidos de casinos ni nada así. Hombre, para puristas, no es, porque ver a Jerry Lewis o Johnny Weissmuller en una pantalla de ordenador como que rechina un poco, pero en fin, yo me meto en la historia y el tamaño no importa, que dirían mis amigos:)

No sé cuánto durará el invento (hasta me daba miedo publicarlo, pero he creído que un regalo de domingo bien vale el riesgo), pero mientras tanto, pasen y vean.

Feliz domingo!

Ma

p.s. ayer vi en pantalla gigante "San Xia Hao Ren" de Jia Zhangke (traducida al inglés como "Still life", no sé al castellano). Si ya me había enamorado del director con "Platform", la de ayer me dejó ojoplática. Una cosita preciosa, de verdad. Sencilla y poderosamente honesta, pero con un par de guiños surrealistas a los cambios tan absurdos que se están produciendo en China. Altamente recomendable.

Friday, January 25, 2008

Siesta navideña

Ronca suavemente, con la cabeza ladeada sobre el jersey nuevo. Las gafas le hacen una marca innecesaria la nariz y las manos muertas sujetan de manera increíblemente eficaz el cojín. “Me gusta taparme el estómago después de comer”, dice siempre. Lleva repitiendo esa canción después de cada comida y cada cena durante los últimos 50 años.

La molestia me obliga a levantar mi mirada del libro, y el ardor de estómago de repente se me transforma en una ternura aplastante.

Escudriño su cara arrugada en busca de todo lo que me estoy perdiendo. Veo los ratos que pasa a solas, aburrido, en esos días en los que no quiere ni hablar por teléfono. Veo la ilusión con la que me recoge en el aeropuerto, y la paciencia con la que recibe mis broncas y mis explosiones hormonales. Veo la frustración que siente cuando me deja hacer, convencido de que estoy cometiendo un grave error. Y la templanza con la que acepta mis insultos o mis críticas. Veo la sabiduría que ha ido acumulando a lo largo de los años, aunque sus límites sean cada vez más estrechos.

Y el ardor de estómago se multiplica por obra y gracia de mi súper ego.

Se despierta, como siempre, cuando empiezan los deportes. Las palabras “Real Madrid” son más poderosas que Morfeo. Me mira casi avergonzado, como un esclavo que ha ofendido a su dueño metiendo un ruido innecesario. Me río y le digo que no se preocupe y que se tape mejor.

“Sí, ya sabes que me gusta taparme el estómago después de comer”
“Claro, hombre, ya sabes que a los dos enseguida se nos enfría la tripa”

Le acerco la mano y me la aprieta como intentando parar el tiempo.

Sé que estos días son los que le mantienen vivo.

...así que a la mierda con celebraciones y compras y cafés con amigas que ya no lo son.
Estas Navidades las pasé en el sofá con mi papá.