Tuesday, December 25, 2007

Magia tardía


Nunca me han gustado demasiado las Navidades. Siempre he sentido esa especie de rechazo irracional que nos surge por todo lo que sabemos absolutamente inalcanzable. Sin embargo, siempre he pretendido que las Navidades me encantaban. Muy en mi ensayadísimo papel de niña bien y malcriada.

Las Navidades me enseñaron a mentir. Y con qué destreza. Siempre elegían mi redacción post-vacacional como la mejor –la más envidiable, por descontado- en mi cole de monjas. Las demás niñas querían una familia como la mía, unas comilonas como las que mis tías imaginarias organizaban en mi casa invisible, unso primos tan juguetones y tan rubios como los que yo pintaba con palabras.
Lo que nadie sabía es que desde que cumplí 9 años las Nochebuenas las pasaba sola en mi cocina, contando los azulejos blancos y esperando a mi padre con una tortilla francesa. Él se quedaba en la habitación, llorando LA ausencia y luego insultando a todas esas tías y primos que antes nos querían tanto y que desaparecieron sin rastro tras su viudez.

Por eso me pasé la vida fingiendo, montando historias, contenta con mis regalos de mentira, aprendiendo a ser envidiada por cuentos de aire. Soy una yonki de la admiración.

Depués –mucho después, cuando el daño era ya irreparable- llegaron tiempos de tregua. Y algún que otro regalo y alguna que otra sonrisa.

Ahora tengo una familia griega y un nudo en la garganta. Me resulta imposible que vean normalidad donde yo sólo veo... magia, un hada madrina convirtiendo mis deseos en realidad. Y cada noche me acuesto con el miedo, el horror, de que todo vuelva a ser una calabaza gigante si me descuido.

Y en cierto modo, en cierto modo, me escuecen las heridas cuando veo las mentiras sucediendo de verdad, me duele el alma
... pero es el escozor, el dolor de la curación.

Desaparezco dos semanas para dedicarme unas merecidas vacaciones lejos de la niebla y de los ordenadores.
Tanto si sois de los que se emocionan con los peces en río o de los que odian cada milímetro de espumillón, os deseo sonrisas para estos días en los que me ausento del mundo virtual.
Ma.

Saturday, December 15, 2007

Casillas y etiquetas


Cada uno tenemos la nuestra. Y a mí me gusta salirme de ella, de vez en cuando. Necesito imaginar que hay posibilidades mas allá de las impuestas por la etiqueta social que llevo tatuada en la frente. Y salir al mundo y vivirlas.

No hay mayor tortura que la de saber que sólo tenemos una vida.

Hoy me muero por pasar mil horas con mi nueva persona favorita.

Pero las casillas acechan. Chico, chica, cena a solas, velas sobre la mesa. Eso tiene, por cojones, que significar algo. Lo llaman “cita”. Con las connotaciones impulsivas que ello conlleva. De repente ya no son horas de mutuo descubrimiento, de excursión emocional pura y dura. Es un restaurante y música de ascensor y camarero con sonrisa pícara... y la pregunta aterriza, sin sentido, en las mentes de ambos... “¿nos deseamos?” Nos sentimos incómodos. Prohibidos. ¡Culpables!Urge, pica, la necesidad de aclarar las reglas, de pactar las fronteras. La necesidad no es nuestra. La necesidad es de la sociedad. La naturalidad ha dejado de existir.

Y los músculos se tensan hasta que definimos los roles. Las casillas.

La magia, la urgencia, el hambre de descubrimiento intelectual mutuo mueren. Ya no hay posibilidades infinitas. La hoja en blanco se ha ensuciado. Ahora somos colegas, con parejas respectivas, y nos hemos digitalizado el horizonte.

Por eso miento a veces.

No creo en los novios. O en los prometidos. O en ninguna etiqueta que implique temporalidad. Creo en hoy, en aquí, en lo que siento y en mis ganas de explorar.

Y también en mis ganas de esforzarme para que algo funcione, para que algo crezca. Pero sin eiquetas.

No consiento que la sociedad me diga que las vacaciones he de pasarlas con mi pareja. Que irme un fin de semana fuera con una amiga sin dar explicaciones está mal. Que todas las noches haya de pasarlas con la misma persona, incluso si no me apetece. Si es sólo rutina.

El amor es libre. Todo lo demás es dependencia, o sodomía, o miedo.

Yo me enamoro todos los días. De Nikos, de las nubes, de los árboles y de nuevos personajes. Y cuando me acuesto todo desaparece y duermo. Al día siguiente todo es nuevo. A veces es parecido, a veces es distinto, pero siempre es nuevo.

Hoy estoy agotada, triste, asqueada, amoratada. Ayer me di de golpes con mis casillas unas cuantas veces.

Y ya no me sirven ni de catarsis.