Wednesday, April 22, 2009

Vida VIP



Las salas VIP de los aeropuertos me fascinan. Es como si te diesen un pase gratis cambiar de vida por unos instantes, y zambullirte en un universo con leyes totalmente diferentes.

Por un lado están los ejecutivos, poco o nada exóticos, la verdad. Me aburrí de observarlos en mi segundo o tercer viaje. Con gemelos caros, trolleys de marca y la blackberry-apéndice en la mano, siempre con algo importantísimo en la pantalla. Todos beben alcohol. Siempre pillan los asientos/sillones/sillas_incómodas_de_diseño cercanos a los enchufes. Colocan con parsimonia el adaptador de turno y dejan que las hojas de Excel, los mails y los documentos los engullan hasta que la señorita llame al vuelo. Pocos llevan bolsas del duty free, y los pocos que llevan una es con botella de whisky dentro.

Por otro lado está el tipo rico con mujer que fue guapa y niño o niña pijo adolescente. El tipo rico lee uno de esos periódicos rosas con montones de cifras de bolsa; la mujer que fue guapa se atiborra en el minibar con sentimiento de culpa e ignora al marido al que sabe infiel (¿qué más da si sigue pagando el tren de vida?); el niño o niña pijo/a adolescente se entretiene con la PS3, el iPod o cualquier otro aparato electrónico y caro. De vez en cuando la mujer que fue guapa le dice algo al hijo/a, que pasa olímpicamente.

Es espectacular asistir a semejantes abismos humanos: la mujer que fue guapa es la decadencia en mayúsculas. El niño/a pijo es una pausa inútil, un kit kat antes de convertirse en sus progenitores. El tipo rico es una jaula de oro.

Pero ni siquiera me dan pena. No se tienen a sí mismos, pero sí a sus visas. Probablemente ni siquiera saben que la vida es algo más que coches caros y bolsas de viaje de Louis Vuitton. Se les morirá el cuerpo operado entre sábanas de seda.

Luego están los clanes, que, de verdad, nunca sé de dónde salen. Son familias enteras, con niños pequeños, abuela, de todo. Todos también con esa aura de confort que tiene el que nunca ha fregado un plato. Y guapos, en general. La genética no suele dejar paso a demasiadas sorpresas. Todos pendientes de todos, hablando, comiendo, limpiándose los mocos, discutiendo sobre la última peripecia de la chacha o del tío de Nueva York. Me pongo a hacer números y me da que los billetes de todos son más o menos mi sueldo anual. Flipo.

También están las parejas guapas y ricas y jóvenes. Él es futbolista o actor o modelo y ella normalmente chica estupenda que va al gimnasio y habla con un deje de quien está desesperado por no despertar del sueño. No se quieren. Pero son bellos juntos y callados.

Y por último estoy yo. Con mi ropa de Zara de hace 5 años, mi falta de gracia dejando que la camarera me eche el agua al vaso, y mi mirada de adolescente enfermo, observándoles a todos, fascinada y asqueada al mismo tiempo. No tienen la culpa de ser ricos, o profesionales de éxito, pero hay dos mil personas que podrían vivir un mes con el costo de los billetes de todos ellos.

En 10 horas de vuelo nos hemos fundido doscientas mil comidas.

Y ellos ni siquiera piensan en ello.

Saturday, April 04, 2009

La lavadora

¡Es el colmo del absurdo!
Hemos dejado la lavadora en el salón.
No nos cabe en la cocina y en el baño no hay enchufes.
Sería divertido... si aún fuésemos capaces de reirnos de nosotros mismos.

Pero nuestra casa –tu casa- ya no es una casa de alquiler.
Ahora tiene muebles, mármol en el suelo, dos terrazas y dos baños.
Ah, cortinas italianas.
También tenemos cortinas italianas.

Y mientras tú te enfadas con las regulaciones griegas,
mides los huecos de la cocina y destrozas los azulejos del baño
la lavadora y yo nos hemos hecho amigas,
ambas elementos insólitos, inútiles, absurdos en tu salón,
electrodomésticos de utilidad y función bien definidas
- ella lava, yo acompaño la rutina y compro a medias más electrodomésticos-.

Prometo rescatarla cuando consigas instalarla en un “lugar más adecuado”
Llevármela conmigo a otro salón en otra ciudad
y no enchufarla jamás,
convertirla en mi monumento a la decadencia
a los últimos días de silencio que preceden a las decisiones tomadas hace tiempo
a los subterfugios sociales, a la desidia,
a las conversaciones civilizadas sobre niños y crisis y bodas
a las tiendas de muebles llenas de parejas a las que sólo les une el decorador, un cacho de metal en el anular y vajillas sin abrir en el sótano.

Sólo espero hacerlo antes de que ambas estemos demasiado usadas.