Monday, August 10, 2009

Pamplona


Volver a Pamplona siempre tuvo un punto masoquista. Hasta ahora.

Al principio lo hacía porque realmente echaba de menos a mis amigos, mi modo de vida, incluso a mi padre. El punto masoquista era la despedida, sabía que coger el avión para Inglaterra sería horroroso.

Luego la vida me llevó por demasiados derroteros y se me borraron la sonrisa del alma y las ganas de juerga. Volvía por obligación, o por escapar un poco de mis problemas en la isla maldita. El punto masoquista era el vacío que sentía en mi ciudad, esa sensación de haber perdido cualquier punto en común con mis colegas o con mi vida anterior. Tendía a forzar una sonrisa triunfalista cuando me iba, convenciéndome de que yo era más aventurera, o más inteligente, al largarme lejos y destruir mi carrera y mantener a flote una relación destructiva con un extranjero que caía a todos tan bien. Las broncas-desahogo con mi padre eran continuas, y acabaron por convencerle –algo bueno tenía que tener toda esta historia- de que más le valía montarse una vida propia.

En las siguientes visitas vine pura y duramente para descansar o a aliviar mi sentimiento de culpa. Apenas veía a nadie. Simplemente dormía, leía, hacía algún mínimo esfuerzo para comunicarme en casa y ya está. Me iba contenta confirmando que ya nada me ataba a Pamplona, sólo un pasado lejano en el que ni tenía tiempo para pensar, y un padre que –naturaleza obliga- tarde o temprano desaparecería. Sólo habría un piso que vender, y unas llaves que entregar. Flás, flás, flás (ruido de látigo sobre mi espalda :) ).

Esta vez ha sido diferente. Vine escapando de Grecia, con el objetivo de pasar algo de tiempo sola. Esto último ha sido imposible, claro está. Pero el escape ha funcionado, y me he medio reconciliado con mis raíces.

Por primera vez en mucho tiempo he visto a unos cuantos de mis colegas.Probablemente si nos encontráramos hoy no nos haríamos amigos. Por suerte, nos encontramos hace tiempo. Todo sigue igual. Algunos ni siquiera han acabado la carrera y probablemente gano el doble que cualquiera del resto. A veces me invade la arrogancia y me doy asco, haciendo el papel de abuelo con batallitas. Al final, todo da igual. Nos queremos. Y aún nos escuchamos con un interés sincero.

Pero me siento 10 años y un millón de problemas más vieja que cualquiera de ellos.

Les envidio, de hecho. Me gustaría haber contado con una vida más normal, menos al límite, con menos responsabilidad. Sin embargo, me tocó siempre ser la primera de la clase. Y una infancia con grandes vacíos y una adolescencia llena de mierda.

Aunque quién sabe qué secretos guardan, y qué de mierda tienen ellos también en las retinas, bajo esa capa de casi-treintañeros viviendo con los padres.

En cualquier caso, a mis hijos les prohibiré terminantemente sacar todo sobresalientes.

sshh

Fue un secreto, algo que ni tan siquiera mis mejores amigos conocían.

Sin duda, consiguió que la vida en su momento pareciese más intensa. Hoy sin embargo no entiendo por qué la necesidad.

Atesoro los recuerdos con cariño, vanidad y culpa. Con nostalgia y asco a partes iguales.

Empezó con una botella de ouzo y terminó con una despedida fría en un coche. Era momento de deshacerse del disparate e intentar no dejar rastro. Volver a mi vida pública.

No me arrepiento. Él, probablemente, sí.

Pero ya sabéis. La vida da muchas vueltas, el mundo es un pañuelo, y todo eso. Así que tras un par de silencios, unas cuantas mentiras, demasiados malentendidos y un millón de palabras no dichas, volveremos a compartir ciudad, en el país de los mil soles.

Cuando me enteré, me pareció demasiado surrealista para ser verdad. Me asusté. No porque las mentiras pudieran ser descubiertas, ni por miedo a que ciertos sentimientos pudieran volver a aflorar.

Me asustó la idea de recordar que la vida en cierto tiempo fue más interesante. Y que esta calma dulzona de la que en teoría disfruto está hecha de aire.

Las lecciones con las que moriremos, las que desnudan nuestras bajezas, no están en un pisito con jardín y con perro. Están en portales congelados, en tequilas no deseados y sofás de cuero destrozados para las tardes de domingo.

Sí.

Hace mucho que no me enamoro.