Thursday, March 27, 2008

Careful what you wish for.

Somos peleles bailando al compás de las pompas militares orquestadas por nuestros sueños infantiles.




Tengo el cerebro hecho agua. Llevo dos noches sin apenas dormir y he cogido demasiados aviones en las últimas 72 horas.
Londres, Estambul, Kiev, de vuelta a Londres.

Hoy he amanecido a las 5 de la mañana en Kiev. Ahora estoy en la oficina en Londres y me cuesta trabajo hasta recordar mi nombre. Pero tengo que aguantar, a base del mate que me traje de Buenos Aires, porque tengo una conferencia telefónica a las 7 de la tarde (las 9 en mi cuerpecito). Y luego vete a casa, dúchate, y dedícale un mínimo de tiempo y caricias al novio al que llevas sin ver casi una semana: Londres, Estambul, Kiev, de vuelta a Londres.

Careful what you wish for. ¿Por qué? Porque es ridículo cómo a veces nos pasamos la vida persiguiendo sueños que ni siquiera cuestionamos, pero que están ahí, bien grabaditos en nuestras neuronas, dictándonos cada movimiento, cada sentimiento de éxito o de fracaso. Sacando látigos de entre los espejos en los que nos miramos e hiriéndonos las mejillas con el cuero de los esquemas.

Me di cuenta ayer por la tarde, cuando llegué agotaíta a mi hotel de Kiev. ¿Qué coño estaba haciendo ahí? Sí, el botones muy simpático, la reunión había ido bien y probablemente mi empresa se embolse 5 millones más a final de año. La ducha de hidromasaje también estupendísima y algo había podido ver de la ciudad (siempre es un bonus hacer turismo de gratis) gracias al chófer que me había puesto la empresa, que era un cielo.

Estambul, el día anterior, también muy bonita, y hasta hacía calor, fíjate qué regalo para mi piel.

Qué estupendo todo. Ya. Pero ¿qué coño estaba haciendo ahí, si lo que en realidad me pedía el cuerpo era estar en casita con mi gente y vivir de algo que me haga sentir bien?

Y ahí estaba, delante de mí, la niña Ma moviendo los hilos de la marioneta Ma adulta, con un deje de tiranía y diversión en los mofletes.

De pequeña yo soñaba con ser una ejecutiva agresiva de ésas que se recorren el mundo, hablan idiomas y tienen muchos amantes.

Salvo lo último (monógama, es lo que hay), el resto no anda tan lejos de la realidad. Mi tarjeta dice “ejecutiva”, cualquiera de mis compañeros estará de acuerdo en lo de “agresiva” (me llaman ruth.. diminutivo de ruthless), viajo bastante (demasiado, diría yo, en estos tiempos en los que los aviones innecesarios deberían estar prohibidos) y no ando mal de idiomas.

Así que ahora que ya he cumplido con las órdenes de mis sueños infantiles y que soy ejecutiva, y agresiva, y gano más de lo que podría gastar en el poco tiempo libre que me queda, y viajo por el mundo y tengo un novio extranjero (alternativa aceptable a amantes múltiples), a ver si me desembarazo de una jodida vez de semejantes mandamientos y me dedico a ser feliz.

Levantemos nuestras bombillas (o materas) y brindemos por la muerte del látigo de los sueños infantiles.

Quémemoslos.

Friday, March 21, 2008

charlatanes


Αlgo más fofo que en sus tiempos de heroinómano, Tim Burgess sigue poniéndome los pelos, los tímpanos y, para qué negarlo, todas y cada una de mis hormas de punta.

Yo nací para groupie.

Monday, March 10, 2008

Nothing to declare




- Ojalá pasemos a España.
- Sí, claro que sí, ojalá. Seguro que te va a gustar.
- Pero mi preferida siempre será Buenos Aires.
- Sí?
- Sí.
- Muy bien. Nunca te olvides de dónde vienes.

- Tu padrastro se emborracha?
- No, yo es que no tengo padrastro. Sólo tengo papá y es una persona que no bebe nada nada de alcohol, así que no se emborracha nunca.
- Nunca? Ni siquiera con vino?
- No, nunca. A él le gustan el agua y los zumos
- Ah. Entonces si no se emborracha no te da nunca?
- No, mi papá sólo me da abrazos y besos. Las personas que dan cuando se emborrachan son personas muy tristes. Tienen agujeros dentro del corazón y cuanto más beben, más grandes se hacen.
- Y mi padrastro lo sabe? Lo de los agujeros?
- Lo más seguro es que no, Cristian.
- Y mi mamá?
- No lo sé.
- Pues se lo voy a contar a mi padrastro y así dejará de emborracharse.
- No sé si sería bueno. A los mayores no les gusta cuando los niños les enseñan cosas.
- Pero tú sí me dejas que te enseñe cosas. Antes te he enseñado cómo poner la música en el asiento.
- Es verdad. Depende de las cosas que les enseñes. Si les dices algo porque quieres que cambien su forma de ser, entonces a veces se enfadan. Otras veces no. Pero si tiene ya muchos agujeros, lo más seguro es que sí.

Tres horas más tarde aterrizamos en Madrid. Cristian se volvió corriendo hacia los suyos: la madre de mi edad con cara de estar de vuelta de todo, el padrastro, la hermana, el señor de 67 años de Albacete que les iba a acoger y previsiblemente ayudar a encontrar un trabajo y empezar una nueva vida – “en Argentina la cosa está muy jodida, mi chica, muy jodida”-.
Les vi coger las maletas con la mirada llena de terror y de alivio.

Y sí. El –presunto- padrastro borracho y de mano larga estaba allí, a mi alcance. Y al alcance de un policía que lo podría haber mandado de vuelta a Buenos Aires. ¿Pero qué hacer? La palabra de un niño de ojos enormes contra la suya. ¿Y si el niño mentía? ¿Y si no… qué iba a hacer yo? Así que bajé la cabeza, como después de un telediario cualquiera, y seguí con lo mío (mandar mensajes, escribir e-mails, aprovechar hasta el último segundo de la espera en la cinta de las maletas, no vaya a ser que se pare la rueda del capitalismo). Hasta que oí mi nombre. Era Cristian, lanzándome un beso que no le cabía en las manos, extendiendo sus brazos raquíticos hacia mí. Bajo el cartelito de “nada que declarar” le esperaba su padrastro.

Y yo me fui por donde vine. Cogí un taxi y cerré los ojos rindiéndome al sueño. Sin pizca de responsabilidad. Como si en vez de 12 horas sentada al lado de un nuevo inmigrante ilegal de 10 años con moratones en la espalda hubiese estado al lado de una niña pija cualquiera.