Sunday, March 29, 2009

Casualidades

Hace 7 años yo tenía un amante iraní.

Nunca he creído que el origen de uno tenga nada que ver con sus habilidades sexuales, pero para los que crean en tópicos, recomiendo muy encarecidamente a los iraníes criados en Francia.

Todo era casi perfecto: vino francés, chocolate, guitarras y sexo, mucho sexo, sin prejuicios ni condiciones. Hasta que un día la casualidad hizo que de camino al súper me lo encontrase con un amigo suyo. Nos presentó. De él mencionó que era el candidato a la presidencia de la asociación de alumnos de la universidad. De mí dijo, con una sonrisa pavorosa, que era su novia.

En aquel instante la clandestinidad, el misterio, el escandaloso deseo que sentía por él se desvanecieron. Supe que no me volvería a escurrir en su habitación a las 2 de la mañana, rendida a mis hormonas, nunca más, y que en esa misma noche tendríamos “la” conversación. Qué somos, qué sientes por mí, por qué nunca salimos juntos, te acuestas con otra gente, etc. Con lo sencillo que es dedicarse pura y plenamente al sexo.

Nos dimos unos días de descanso, para “pensar”. Nada que pensar por mi parte, no veía la necesidad del cambio. Me enfrentaba a una noche de sábado sin nada que hacer. Mis amigos se iban a un Londres que quedaba muy lejos de mi mente, los libros de magnetismo me hacían sentir nauseabunda y yo tenía mono del iraní. Bueno, de sus habilidades. Era probablemente el primer sábado de mi adolescencia en el que, a las 6 de la tarde, estaba sin planes. Así que en cierto modo fue casualidad que el chico griego del laboratorio de Antenas me pillara en la habitación cuando me llamó para ofrecerme un peta. Me sorprendió, pero creí recordar vagamente una conversación en la que le pedí que me avisara si conseguía maría. Y le dije que sí, claro, y que si quería una cerveza también. Él tampoco tenía planes, quedamos por la noche. Habíamos echado un par de cafés esa semana y era un tipo legal. Terriblemente guapo, aunque con una belleza menos mediterránea de lo que mi mente le pide a los griegos. Y por alguna curiosa razón me sentía muy cómoda con él. Se le veía la pureza del alma a distancia.

Entre cerveza y tequila y música terrible me dijo que le gustaba. A mí me pareció estupendo, pero no comprendí que no se refería únicamente a “qué buen rollo me das para ser una empollona”. Vamos, ni de lejos se me hubiera occurido que un tipo que probablemente se estaba tirando a todas las diosas griegas de la uni pudiese fijarse en mí. Al pobre lo torturé durante dos horas, sin querer, en las que él creyó que le estaba esquivando la embestida, hasta que me lo dejó más claro en su habitación (después de un par de kilos de comida basura para bajar el alcohol bajo la luna más grande del mundo), plantándome un beso nervioso. Yo le respondí con toda la furia a la que acostumbran mis hormonas latinas después de un chapuzón en tequila. Y el resto se puede imaginar.

Siete años más tarde estoy en su salón, él duerme como un niño la resaca de ayer – ya no estamos tan jóvenes - , chapurreo su idioma, hemos pasado por ocho mil baches y aventuras y aunque últimamente no hacemos más que discutir como animales, la verdad es que le quiero más de lo que nunca pensé que podría querer a nadie. No sé si habrá otros siete que celebrar, con niños y perros o si nos acabaremos separando, matando o simplemente olvidando.

Pero quiero brindar por él. Por lo bien que lo ha hecho. Porque sigue teniendo el alma más pura del planeta y no se ha dejado corromper por mí.

Por ti, bebi.




Thursday, March 19, 2009

FREEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE

HE DIMITIDO!!!!!!!!!!!!!

Wednesday, March 11, 2009

2 minutes Hate.


Acabo de releer 1984. Me ha dado últimamente por releer en su idioma original un montón de libros. Shopping therapy gracias a Amazon, qué se le va a hacer. Desde que el médico me prohibió el gluten, compro libros en vez de pasteles.

Sigamos, que si me dejáis suelta empiezo a quejarme y no acabo – llevo mal lo del gluten-.

Total, que desde que releí las primeras líneas me di cuenta de que el potencial catártico del ritual de los estimados miembros del Partido es enorme. Así que la semana pasada decidí dedicar dos minutos al día a hacer contemplación sobre mi Hate particular. Ya, suena más a oscura diversión que a catarsis…pero no hay catarsis sin oscura diversión, no?



Y sí: odiar está muy mal, mi padre siempre repite que no hay que odiar a nadie y es un sentimiento del que me siento horriblemente culpable y sucia; pero me consuela saber que no odio a una persona: odio a un psicópata. Se dedica a ser mi jefe y a otras muchas cosas terribles.

En fin. Probadlo: cuando te concentras en un sentimiento tan intenso durante dos minutos, la persona ligada al sentimiento desaparece como por arte de magia y sólo hay sitio para el sentimiento. Toda tú te conviertes en odio. Respiras odio, sudas odio, hueles odio, masticas odio.

Y de repente el odio también desaparece. Algo así como el big bang, pero a la inversa.

Claro que no te limpias para siempre, pero oye. Algo es algo.

Seguro que hay algún tipo forrándose con un libro de autoayuda proponiendo esto mismito, pero que conste que el único que me ha inspirado ha sido Mr. Orwell.

Pronto extenderé mi patente a 2 Minutes Anger, 2 Minutes Worry, 2 Minutes Sadness.

A ver si me curo de malos ratos.


Y a ver si os sirve a vosotros también.

No sé si aguantaría una Hate Week. Pero todo se andará...