Monday, March 10, 2008

Nothing to declare




- Ojalá pasemos a España.
- Sí, claro que sí, ojalá. Seguro que te va a gustar.
- Pero mi preferida siempre será Buenos Aires.
- Sí?
- Sí.
- Muy bien. Nunca te olvides de dónde vienes.

- Tu padrastro se emborracha?
- No, yo es que no tengo padrastro. Sólo tengo papá y es una persona que no bebe nada nada de alcohol, así que no se emborracha nunca.
- Nunca? Ni siquiera con vino?
- No, nunca. A él le gustan el agua y los zumos
- Ah. Entonces si no se emborracha no te da nunca?
- No, mi papá sólo me da abrazos y besos. Las personas que dan cuando se emborrachan son personas muy tristes. Tienen agujeros dentro del corazón y cuanto más beben, más grandes se hacen.
- Y mi padrastro lo sabe? Lo de los agujeros?
- Lo más seguro es que no, Cristian.
- Y mi mamá?
- No lo sé.
- Pues se lo voy a contar a mi padrastro y así dejará de emborracharse.
- No sé si sería bueno. A los mayores no les gusta cuando los niños les enseñan cosas.
- Pero tú sí me dejas que te enseñe cosas. Antes te he enseñado cómo poner la música en el asiento.
- Es verdad. Depende de las cosas que les enseñes. Si les dices algo porque quieres que cambien su forma de ser, entonces a veces se enfadan. Otras veces no. Pero si tiene ya muchos agujeros, lo más seguro es que sí.

Tres horas más tarde aterrizamos en Madrid. Cristian se volvió corriendo hacia los suyos: la madre de mi edad con cara de estar de vuelta de todo, el padrastro, la hermana, el señor de 67 años de Albacete que les iba a acoger y previsiblemente ayudar a encontrar un trabajo y empezar una nueva vida – “en Argentina la cosa está muy jodida, mi chica, muy jodida”-.
Les vi coger las maletas con la mirada llena de terror y de alivio.

Y sí. El –presunto- padrastro borracho y de mano larga estaba allí, a mi alcance. Y al alcance de un policía que lo podría haber mandado de vuelta a Buenos Aires. ¿Pero qué hacer? La palabra de un niño de ojos enormes contra la suya. ¿Y si el niño mentía? ¿Y si no… qué iba a hacer yo? Así que bajé la cabeza, como después de un telediario cualquiera, y seguí con lo mío (mandar mensajes, escribir e-mails, aprovechar hasta el último segundo de la espera en la cinta de las maletas, no vaya a ser que se pare la rueda del capitalismo). Hasta que oí mi nombre. Era Cristian, lanzándome un beso que no le cabía en las manos, extendiendo sus brazos raquíticos hacia mí. Bajo el cartelito de “nada que declarar” le esperaba su padrastro.

Y yo me fui por donde vine. Cogí un taxi y cerré los ojos rindiéndome al sueño. Sin pizca de responsabilidad. Como si en vez de 12 horas sentada al lado de un nuevo inmigrante ilegal de 10 años con moratones en la espalda hubiese estado al lado de una niña pija cualquiera.





2 comments:

Palmoba said...

uf, uf, uf.

Poco que decir.

No seguiste como si nada, lo has escrito aqui.

Tambien te he echado de menos Ma.

JUANAN URKIJO said...

Estas pequeñas y sencillas historias son, frecuentemente, las que más me sobrecogen. Precisamente porque son reales y se dan constantemente a nuestro alrededor. La manera en que has reparado en ella y cómo la has contado, dice mucho de ti.
Me alegro de haber pasado por tu rinconcito, Ma.

Besos (es lo único que tengo para declarar).