Llevaba ya así un par de semanas.
Y al fin llegó.
Hace dos sábados, a eso de las cuatro de la mañana, después de una fiesta muy civilizada -ya nadie se emborracha y todos tenemos pareja-. Nos apresurábamos hacia los coches y Ana pensaba en voz alta en el tazón de manzanilla con miel que iba a preparar en cuanto llegase a casa. Emocionada.
Y yo...yo no me horroricé. No me resultó ni medio escandaloso sustituir el sexo apresurado de las escaleras por una bebida caliente.
Ahí estaba.
Mi primera arruga.
