He estado ausente, sí. De vacaciones por la costa azul y los alpes. Llevo de vuelta en Londres semana y media. Con viajes relámpago a Donosti (más detalles abajo) y Madrid (trabajo.. y qué calor!!).
Hay mil aventuras que contar, pero hoy he venido a hablar de dioses enterrados, de las sorpresas agradables que te da la vida y de la pomada de elegancia para curar heridas. Vengo a arrodillarme, de hecho, ante mi nueva condición de adulta.
Con la resaca aún de las vacaciones, me llegó uno de esos SMS que guardamos en la tarjeta SIM durante años y años: “tengo dos entradas para Tom Waits en Donosti este finde y una lleva tu nombre”.
Pedazo de terapia post-vacacional, diréis, si no fuera porque el que enviaba el mensaje y yo tenemos una historia bastante desgarradora en la nevera. Sólo en los últimos meses hemos trazado el esbozo de lo que podría ser una amistad, pero las heridas están ahí, flotando cuando nos miramos a los ojos en cualquier café. Mi hombre, que sabe que los ladridos de Tom me derriten , estaba como un niño con zapatos nuevos. A pesar de conocer la historia. A pesar de que esa historia estuviese a punto de borrarme de su mapa, de hecho. Se alegraba por mí con una sinceridad sin dimensiones. Aún hoy me sigue pareciendo increíble tanta… ¿pureza? ¿incondicionalidad? Y suerte, coño, no sé cómo me las he apañado para cruzarme con alguien así y que me lleve soportando 7 años.
En fin. Sigamos.
Con los mocos de la emoción, culpa y felicidad todavía en la camiseta, me llegó otro SMS que terminó por machacarme los poquitos esquemas que me quedaban: “por si dudabas, la otra entrada tiene nombre griego. os debía un regalo de no-boda”. Aceptamos el regalo, obviamente (a cambio de otro del que hablaré otro día).
Así que para allá nos fuimos, repasando las canciones en el avión, intentando adivinar cuál sería el repertorio e intentando contener mi histeria. Ya he dicho alguna vez que yo nací para groupie.
Dos semanas antes, habíamos estado en Victoria Park, viendo cómo Thom Yorke derrochaba genialidad por cada uno de sus poros. Un ex-jefe me había dado entradas VIP, así que tuve el privilegio de ver esos poros de bien cerquita.
He vivido siempre adorando a una serie de dioses en mi olimpo personal, dioses irreales, inhumanos. Tom Waits, Thom Yorke, Nick Drake, Fellini, Billy Wilder, Magritte, por poner unos pocos. Individuos capaces de ver el mundo, la existencia, el alma de maneras imposibles para el resto de los mortales. Así que me pasaba los días adolescentes y universitarios con ensoñaciones sobre sus neuronas, sus ojos, sus manos, su forma de interactuar con objetos y personas, enalteciendo la condición de artista y convencida de que me aburriría vivir con alguien que no lo fuese. No sólo eso: convencida de que sólo ellos vivían vidas fascinantes, el resto estamos condenados a existencias grises, rutinarias, con unos pocos salpicones interesantes. Y de repente tengo a dos de mis dioses delante de mí, bien cerquita, y de regalo: Tom y Thom.
[Inciso: a Thom ya lo había visto antes, pero por aquella época todavía necesitaba dioses y su actuación sólo sirvió para que viviese obsesionada por Radiohead durante meses. Creo que batí el récord de veces seguidas que se puede escuchar “Idioteque”. ]
Ni Tom ni Thom me pusieron la carne de gallina. El que me la puso fue un tipo griego con los ojos azules brillantes de felicidad, que aplaudía mis saltitos, mis sonrisas y mi histeria cuando llegaban las canciones que tanto había esperado, que me grababa en vídeo y tatareaba las letras a su modo, con calma griega. Disfrutando el concierto a través de mis ojos. Compartiendo conmigo la muerte de mis dioses, sin saberlo.
Volvía en el avión con la certeza de estar viviendo la vida más fascinante de la historia.
Lo dicho. Mis dioses han muerto, viva mi hombre.
En fin. Sigamos.
Con los mocos de la emoción, culpa y felicidad todavía en la camiseta, me llegó otro SMS que terminó por machacarme los poquitos esquemas que me quedaban: “por si dudabas, la otra entrada tiene nombre griego. os debía un regalo de no-boda”. Aceptamos el regalo, obviamente (a cambio de otro del que hablaré otro día).
Así que para allá nos fuimos, repasando las canciones en el avión, intentando adivinar cuál sería el repertorio e intentando contener mi histeria. Ya he dicho alguna vez que yo nací para groupie.
Dos semanas antes, habíamos estado en Victoria Park, viendo cómo Thom Yorke derrochaba genialidad por cada uno de sus poros. Un ex-jefe me había dado entradas VIP, así que tuve el privilegio de ver esos poros de bien cerquita.
He vivido siempre adorando a una serie de dioses en mi olimpo personal, dioses irreales, inhumanos. Tom Waits, Thom Yorke, Nick Drake, Fellini, Billy Wilder, Magritte, por poner unos pocos. Individuos capaces de ver el mundo, la existencia, el alma de maneras imposibles para el resto de los mortales. Así que me pasaba los días adolescentes y universitarios con ensoñaciones sobre sus neuronas, sus ojos, sus manos, su forma de interactuar con objetos y personas, enalteciendo la condición de artista y convencida de que me aburriría vivir con alguien que no lo fuese. No sólo eso: convencida de que sólo ellos vivían vidas fascinantes, el resto estamos condenados a existencias grises, rutinarias, con unos pocos salpicones interesantes. Y de repente tengo a dos de mis dioses delante de mí, bien cerquita, y de regalo: Tom y Thom.
[Inciso: a Thom ya lo había visto antes, pero por aquella época todavía necesitaba dioses y su actuación sólo sirvió para que viviese obsesionada por Radiohead durante meses. Creo que batí el récord de veces seguidas que se puede escuchar “Idioteque”. ]
Ni Tom ni Thom me pusieron la carne de gallina. El que me la puso fue un tipo griego con los ojos azules brillantes de felicidad, que aplaudía mis saltitos, mis sonrisas y mi histeria cuando llegaban las canciones que tanto había esperado, que me grababa en vídeo y tatareaba las letras a su modo, con calma griega. Disfrutando el concierto a través de mis ojos. Compartiendo conmigo la muerte de mis dioses, sin saberlo.
Volvía en el avión con la certeza de estar viviendo la vida más fascinante de la historia.
Lo dicho. Mis dioses han muerto, viva mi hombre.
3 comments:
A lo mejor has tenido tanta suerte por que en la vida tenemos lo que damos....cuanta suerte el tambien contigo??
Me encanta que disfrutes!! donde sea!!! y con conciertos mejor!!
Besos Ma.
Ma, disfruta, disfruta, pero dejanos disfrutar aqui con tus palabras!!
Para donde es que te fuiste ahora??
Nena!! tu hombre ya debe ser un rey por que tu te nos desapareciste!!
Que estes muy bien!!
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