A los 15 tenía una imagen imposible de Londres. Ciudad de libertades, de música, de personajes impredecibles, de amores a tres y de cielos rojos.
A los 20 la conocí y esa imagen imposible se transformó en obsesión. Sentirme ignorada, compréndanme, era para mí licor maldito y adictivo.
A los 23 me dio una bofetada. Me mudé, me arruinó, y lo único decente de aquellos 3 meses de agujeros negros fue un lector de auras y un fanático de Terenci Moix que me hizo sonreír en un autobús.
A los 25 me volvió a recibir, después de dos años deambulando por pueblos aún más fríos pero menos inmensos. Y no estuvo mal. Renacieron en mí vestigios de la veinteañera que se bebía la ciudad y disfrutaba de todo sin vergüenza ni mesura. La casualidad trajo también a Londres a mi griego, y pensamos que podríamos repetir historia.
A los 20 la conocí y esa imagen imposible se transformó en obsesión. Sentirme ignorada, compréndanme, era para mí licor maldito y adictivo.
A los 23 me dio una bofetada. Me mudé, me arruinó, y lo único decente de aquellos 3 meses de agujeros negros fue un lector de auras y un fanático de Terenci Moix que me hizo sonreír en un autobús.
A los 25 me volvió a recibir, después de dos años deambulando por pueblos aún más fríos pero menos inmensos. Y no estuvo mal. Renacieron en mí vestigios de la veinteañera que se bebía la ciudad y disfrutaba de todo sin vergüenza ni mesura. La casualidad trajo también a Londres a mi griego, y pensamos que podríamos repetir historia.
Error.
Hora punta, metro, ingresitos capitalistas, manzanas que cuestan más que el vodka, frío, impuestos por respirar….
Hay días en que me digo que todo es pura actitud. Que es culpa mía, o de mis hormonas, ver la ciudad con marco negro. Que sigue habiendo gente sin uniforme, gente abstracta, y en vez de cuatro casillas, infinitas. Que el pudor inglés al descaro o al contacto físico tiene su encanto…
hasta que un gilipollas te empuja en el metro, te deja sangrando y con el tobillo al revés y nadie, NADIE, te ayuda a incorporarte.
Así que mando a la porra a Londres, a los ejecutivos de corbata granate a las 7 de la mañana en Euston y a los dientes afilados de las escaleras automáticas.
Yo me mudo al mediterráneo.
Hora punta, metro, ingresitos capitalistas, manzanas que cuestan más que el vodka, frío, impuestos por respirar….
Hay días en que me digo que todo es pura actitud. Que es culpa mía, o de mis hormonas, ver la ciudad con marco negro. Que sigue habiendo gente sin uniforme, gente abstracta, y en vez de cuatro casillas, infinitas. Que el pudor inglés al descaro o al contacto físico tiene su encanto…
hasta que un gilipollas te empuja en el metro, te deja sangrando y con el tobillo al revés y nadie, NADIE, te ayuda a incorporarte.
Así que mando a la porra a Londres, a los ejecutivos de corbata granate a las 7 de la mañana en Euston y a los dientes afilados de las escaleras automáticas.
Yo me mudo al mediterráneo.
p.s. Palmoba, te contesto en la sección de comentarios